Bueno, en realidad, esa palabra.
La terapia siguió, con interludios y diferentes actores. Después de comenzar la mejor terapia de todas -pintura- surge la puerta a una 'nueva clase de terapia', recomendada por la misma gente de pintura. La verdad es que analizo muchas cosas, pero nunca analicé a fondo a qué clase de terapia había estado yendo todo este tiempo. A ver, supongo, ahora después de planteado, que siempre fueron de la escuela Freudiana (cómo la mayoría en argentina), pero tampoco asumí algún modus oprandis específico - no creo que los psicólogos de acá estén tan bien instruidos como para analizar tal ideología al punto práctico, sino que simplemente asumí que todo quedaba en una buena fluidez de las cosas.
Ahora, respecto a esta terapia que me fue presentada diferente y que aún no noté, hay ciertas cosas a destacar:
- Tuve tests de personalidad - aunque no el de Rorschach (BU)
- La chabona no entiende ni fú de inglés, pero me cae muy bien porque es boca sucia como yo.
- Tuve feedbacks propiamente dichos
- No puedo evitar chequear si está usando (¿¡otra vez!?) sus converse turquesas sin cordón y su saco largo impermeable inflado azul (Annita Wintour, no te me mueras)
- El consultorio es de lo más sobrio. Nada en las paredes. Dos ventanas tipo rajas. Un escritorio que es una vieja máquina de coser con un vidrio por encima. Una cajita bricolage tipo libro que guarda pañuelitos. Su cuaderno. Su cartuchera. Un armario disimulado en la pared. Todo color vainilla. Un reloj vintage con pie, de escritorio. Maldito reloj. Ese segundero de ritmo constante me vuelve loca.
Después, qué se yo, cosas que en el fondo ya sabía y con las que pretendía jugar a mi gusto una vez más. El tema es que esta mina me dio más cosas para jugar. Que el problema vincular, que la depresión, que el psiquiatra (a ese lo encontré arrumbado), que los rasgos de psicopatía y otras cosas.
Tengo miedo, pero me cansé de lo mismo. Y decidí jugar con todo.
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