sábado, 26 de agosto de 2017

Mates de madrugada

Despertar abrupto con todo el cuerpo sudado. Mi corazón late fuerte, retumba. A la vez que pienso en Pocahontas por el soundtrack, me recorro para afirmar que sí, efectivamente, estoy toda transpirada. Pero no estoy caliente, sino que es un sudor frío.

Agarro el celular. Tenía notificaciones de aplicaciones y whatsapps.
Uno de mamá diciéndome quejándose random y deseándome buenas noches (siempre me alivia un poco)
Dos que había dejado como no leídos.
Uno del grupo de las chicas.
Uno de una amiga diciéndome que se había enterado por el padre, amigo de mi viejo, que me iba a Polonia. WTF, MARIO! Se suponía que no tenía que saberlo nadie. ¿Por qué mierda… ? Me puse de muy mal humor.


Con culpa por anoche, empiezo a rememorar los hechos. Me acosté tipo diez. Porque a las ocho, ocho y algo volví de trabajar y me fui a comprar una cerveza. Para las 9 y media ya la había bajado. Me la había comprado porque tenía ganas y quería relajar. Me dije a mi misma que no iba a cenar nada. Me atacó la gula y me bajé dos bowls de popcorn y un sándwich de tofu, lentejas y tomates secos, más una rodaja loca de pan lactal integral. En el momento estaba convencida que tenía que disfrutarlo, que me lo merecía. Me despierto con una culpa terrible porque, gracias a eso, comí de más, voy a engordar, y más ahora con el comprimido completo de risperidona.

Odio esa culpa. Harta. Hastiada. Asqueada.
Enojada aún más porque era super temprano y no me podía dormir, me desnudé.

[...] 

Tenía la sensación de salir a correr. Lo sentía en el pecho y en los brazos. Pensé en la abstinencia, en la droga y en la risperidona. Messed up. Tuve mucho miedo, mucha angusttia. Sentí ganas de llamar a mamá. Pensé en que hoy puedo, y que va a llegar el día en que no. Que tengo que estar preparada. Así que me quedé en el molde (de ninguna forma iba a llamarla, igual) Pensé en ataque de pánico también: “Qué bien, ahora estoy completita”. ¿Cómo carajo llegué a esto?


[...]

Vueltas y vueltas.

Pensaba en escribir todo al día siguiente. Pensaba en todo lo que acababa de pasar y en llamar a Virginia rendida ante la imposibilidad de librarme de mí misma, de este pensamiento hostigador que no deja de castigarme, nunca.
Pensaba en que la comida no me deja en paz. Yo no la dejo en paz. Yo no me dejo en paz. Este meollo no me deja vivir tranquila. Siempre el enemigo. Siempre ahí. Si disfruto, todo mal. Culpa. Si no, me tengo que cuidar, un embole. Me cuidé mucho tiempo, y me di cuenta que no sirvió demasiado y que no disfruté casi nada. No me cambió el panorama. Me vi más delgada, más “limpia”, más “sana”. ¿Efectos secundarios? Relaciones cero. Aventuras cero. Disfrute maso. Felicidad MEH.

Las siete de la mañana y yo acá. Después de haber limpiado la mugre de anoche, tomar unos mates, romper el mate de cerámica, haber agarrado un frasquito de vidrio en su reemplazo, y haber visto un capítulo de una serie de ciencia ficción.

A pesar de que ayer me hice masajes (regalo del dia del niño, ja) me duele la espalda. Me acomodo y vuelvo a tirar el mate improvisado  con un frasco de yogurt Dahi. Recién, recién.
No se rompió.

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